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La tensión dramática o la lucha de los personajes por evitar la fatalidad


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Por César Sánchez Ruiz



Peatón



La tensión dramática es un ingrediente habitual en las obras de ficción. ¿Sabes en qué consiste exactamente la tensión dramática, para qué sirve y cuál es la manera de maniobrar con ella? Te lo explico con detalle.

¿Qué es la tensión dramática?

Una definición de tensión dramática podría ser esta: la tensión dramática es la presión a la que se ven sometidos los personajes al verse en una situación en la que algo amenaza con causarles un mal. Dicho de otra manera, la tensión dramática es la falta de quietud en la historia: cuanta más tensión dramática, menos tranquilidad tendrá el protagonista (y, en general, todos los personajes). Esta tensión se acabará transmitiendo a la persona que esté leyendo el relato o la novela o viendo la película o la obra de teatro.

Así, cuando la tensión dramática es baja, el protagonista apenas tiene necesidad de actuar: no hay nada que le obligue a realizar un gran esfuerzo por evitar que suceda algo, ni a tomar decisiones difíciles, ni a asumir riesgos, sino que puede tomarse las cosas con relativa calma: tal vez haya algo en juego, pero, de momento, no tendrá urgencia por llevar a cabo ninguna acción.

Imagina una historia en la que alguien vea un día a otra persona en algún sitio de la ciudad y, nada más verla, se enamore de ella, y que acto seguido la pierda de vista, y que durante los días siguientes se dedique a buscarla. Es, como puedes ver, una historia que, de momento, tiene su conflicto, ya que el protagonista está luchando por encontrar a la otra persona. Ahora bien, no llega a haber tensión dramática, ya que en ningún momento existe el riesgo de que al protagonista le sobrevenga un desastre, más allá de quedarse como estaba si no encuentra a la otra persona.

Por el contrario, cuando la tensión dramática es alta, el protagonista se ve obligado a esforzarse más allá de lo habitual, a tomar decisiones que en circunstancias normales preferiría no tomar, a asumir riesgos importantes, o a todo ello al mismo tiempo, pues, de no hacerlo, las consecuencias serían fatales.

Si, en cambio, el protagonista, al localizar ya a la otra persona, y ser correspondido por esta, y empezar a estar con ella, estuviese poniendo en riesgo la vida de ambos, ya sea porque, en la sociedad en la que viven, una relación como la suya esté penada con la muerte, o porque la otra persona sea la pareja de un jefe del crimen organizado, o por lo que sea, entonces esta ficción sí tendría ya una buena dosis de tensión dramática.

¿Para qué sirve la tensión dramática?

La tensión dramática es un elemento del que podemos valernos para hacer interesante una historia. Gracias a la tensión dramática, la lucha del protagonista se seguirá con atención. ¿Logrará el personaje evitar la fatalidad o, por el contrario, se consumará el desastre?

En el ejemplo de los enamorados que ponen en peligro sus vidas al estar juntos, se generará un cierto interés por saber si lograrán mantener oculta la relación o si, en cambio, serán descubiertos.

Existen otras formas de hacer que una ficción resulte interesante, es decir, no todas las historias requieren tensión dramática. Por ejemplo, podemos jugar con la intriga: si la lucha del protagonista es una por resolver un enigma, su acción se seguirá con interés por más que en ningún momento alguien o algo amenace al personaje.

No obstante, prácticamente todas las historias tienen tensión dramática en menor o mayor grado, y es un ingrediente imprescindible en géneros como el thriller, la historia de terror o la historia de aventuras.

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¿Cómo maniobrar con la tensión dramática?

Generalmente, la tensión dramática varía a lo largo de una historia. Es clave que sepas generarla, incrementarla, decrementarla y hacerla desaparecer cuando la historia lo requiera.

Tensar por primera vez la acción en una historia no es complicado: basta con hacer que el protagonista tome consciencia de que una amenaza se cierne sobre él o sobre su entorno. Puede que sea él mismo quien se percate de que un peligro le acecha o puede que alguien le informe de ello.

La amenaza puede tomar formas diversas: puede ser un meteorito que vaya a caer en la Tierra y causar un cataclismo, puede ser alguien que pretenda quitarle al protagonista su pareja, puede ser un asesino en serie, puede ser un vecino que se haya molestado por algo (que el protagonista haya hecho sin mala intención) y que le haya asegurado que se vengará de él...

Podemos hacer que la amenaza aparezca en el inicio de la historia, de manera que con su aparición arranque el conflicto principal, o podemos hacer que tome forma más adelante, una vez el protagonista ya esté luchando por lograr aquello que necesita.

Para ejemplificar el manejo de la tensión dramática, voy a inventarme una historia: la de un thriller espacial, por ejemplo. Imagina una historia en la que dos astronautas estén habitando una pequeña base en, qué sé yo, Ganímedes (uno de los satélites de Saturno). En la base tienen todo lo necesario para vivir, y, de momento, no han sufrido ningún percance.

Pues bien, podríamos hacer que, un buen día, uno de ellos (que será el protagonista de la historia) detecte que su compañero ha dejado de realizar bien su trabajo y que ya no se muestra tan comunicativo como solía. Con ello, el protagonista habrá comenzado a vislumbrar la posibilidad de que su compañero, por acción u omisión, cause algún problema en la base y con ello ponga en peligro la supervivencia de ambos. Con la aparición de esta amenaza, habrá dado inicio el conflicto principal de la historia, y ya tendremos un cierto nivel de tensión dramática.

Alternativamente, podemos hacer que el conflicto arranque sin tensión dramática, y generarla después: por ejemplo, que los dos astronautas descubran algo en una zona cercana a la base, como unas galerías artificiales, e informen a la Tierra, y reciban la orden de explorarlas un poco (de momento, no tendríamos tensión dramática, aunque sí que habríamos generado interés por saber qué son esas galerías), y que sea entonces, cuando regresen de la exploración, que el compañero empiece a comportarse de manera extraña (y aquí sí tendríamos ya tensión dramática).


Una vez tenemos una cierta tensión dramática, existen varias maneras de incrementarla, esto es, de hacer que el protagonista, que ya estará actuando por evitar que tenga lugar una fatalidad, se vea forzado a incrementar la intensidad de su lucha.

Por ejemplo, podemos aumentar la tensión dramática simplemente haciendo que la probabilidad de que sobrevenga el desastre pase a ser mayor.

En la historia de los astronautas, podemos hacer que, un día, el protagonista vea que su compañero no solo ha dejado de hacer bien su trabajo, sino que se limita a permanecer sentado con la mirada perdida murmurando que les han abandonado a su suerte y que lo mejor sería acabar con todo cuanto antes.

También podemos hacer que el protagonista, en su lucha por alcanzar aquello que necesita, decida asumir más riesgos o no le quede otra que asumirlos. De esta manera, al riesgo de que se materialice la amenaza en sí, se añadirá el que esté asumiendo el protagonista con sus acciones.

Por ejemplo, podemos hacer que el protagonista decida encerrar a su compañero en alguna estancia en la que no pueda causa ningún daño. Esta acción implica un riesgo considerable, ya que, si la acción no le sale bien, su compañero, seguramente, reaccionará en contra.

Igualmente, existen varias maneras de decrementar la tensión dramática. Por ejemplo, podemos hacer que, en algún punto que nos vaya bien, la amenaza disminuya, aunque solo sea temporalmente; con ello, el protagonista podrá relajarse un poco.

Por ejemplo, podemos hacer que en el primer tramo de la historia, el protagonista avise a su compañero del cambio de comportamiento que ha detectado en él, y entonces este acepte tomar calmantes, y, al hacerlo, el comportamiento extraño desaparezca (para luego volver a aparecer, y con más intensidad).

En cualquier caso, lo propio es que la tensión dramática vaya aumentando progresivamente a lo largo de la historia, de manera que llegue un momento en que esta sea máxima. Este punto se denomina clímax dramático, y conviene que tenga lugar en el último tercio de la historia, justo antes de la resolución del conflicto. Tienes más información sobre este elemento estructural en este artículo.

Una manera habitual de hacer que la tensión dramática aumente progresivamente es añadir una cuenta atrás, es decir, hacer que cada vez quede menos para que sobrevenga el desastre.

En la historia que nos viene sirviendo de ejemplo, podríamos hacer que, tras haberse peleado violentamente los dos astronautas, una parte de la base haya sufrido daños, y la temperatura del recinto haya empezado a caer y se esté acercando a un punto crítico. El protagonista tendrá que actuar a la desesperada para evitar el colapso de los sistemas.

Llegado el momento, hacia el final de la historia, tendremos que hacer que la tensión dramática desaparezca. Si para aumentarla por primera vez habíamos hecho que se vislumbrase un peligro, para hacerla desaparecer bastará con eliminar toda amenaza.

En el ejemplo, la tensión dramática desaparecerá por completo si el protagonista consigue ya sea deshacerse definitivamente de su compañero (matándole, por ejemplo), ya sea que este vuelva a ser el de siempre, y estabilizar la temperatura del recinto.

Por supuesto, también podemos destensar del todo la historia haciendo que se consume el desastre, ya que, en tal caso, el protagonista ya no tendrá opción de evitarlo.

Si el protagonista acaba muriendo a manos de su compañero o debido a la pérdida de temperatura de la base, el desastre se habrá consumado, y, con ello, la tensión dramática habrá desaparecido.


Bueno, pues hasta aquí este artículo sobre la tensión dramática. Es un concepto un tanto esquivo, y no siempre se explica bien. Si la explicación te ha resultado valiosa, y no quieres perderte las próximas que escriba, únete a mi ejército literario, y te enviaré un aviso cada vez que publique en el blog, además de contenidos que solo envío a mi lista.



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